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Eran emails sin alma
Cómo ir aflojando nudos que se crean en la comunicación: empezamos por los mensajes y correos.
Piénsalo por un momento, intenta imaginar cómo se siente esa persona a la que estás escribiendo un correo para venderle o sugerirle algo...
(Sorpréndete si estás pensando que tú no te dedicas a vender: aunque sea una idea, todos intentamos vender todo el tiempo... nos enviamos mensajitos para eso, para llegar a acuerdos que nos favorezcan)
Piénsalo. Si en el momento en que reciba tu correo está la mitad de cansada que tú, ¿se merece que le escribas esas parrafadas, esos textos de copiar y pegar? ¿Se merece alguien que le entren mensajes, incluso en Linkedin, que parecen escritos por robots?
Confieso que yo lo he hecho demasiadas veces, incluso quizás te he escrito a ti. Algún email muy profesional donde parte del texto era reaprovechado de otros correos que había enviado antes. Me daba un poco de cosita, pero sabía convencerme de que estaba bien enviarte eso. Ponía tu nombre en el saludo, algún detalle personalizante y ale: enviar. "Enviado. Y listo. A por el siguiente." Así, sin pensar.
Sin pensar. Porque si pensaba, si lograba quedarme unos segundos quieta y reflexionaba, me atenazaba una duda... ¿es así como se supone que tenemos que hacer esto?
Así hasta que me di cuenta de una cosa, a ver si a ti también te ha pasado: Dime, cómo te quedas cuando recibes esos correos tan así. Tan sosos, tan fríos.
No hace falta que me respondas, ya lo sé; yo también los recibo. Ahora los llamo emails sin alma.
Pero de esto se sale. No será fácil pero es sencillo.
Puedes hacer como yo, que empecé escribiendo una advertencia junto al teclado que me dice: "¡con alma, Montse!". Y obedecerte.
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